La semilla de la palabra de Dios es siempre fructífera. Lo único que cambia es el terreno de nuestros corazones. En la parábola del sembrador, Jesús presenta diferentes clases de tierra: 1) Tierra dura. En tiempos bíblícos, había senderos de tierra dura que bordeaban los campos. Cualquier semilla que cayera allí, se secaba y moría. Ten cuidado; cuando has estado deambulando por la vida, cargado de decepción, te puedes endurecer; puedes cubrirte de un escudo duro e inpenetrable que le facilita a Satanás venir y robar la semilla de la Palabra de Dios antes de que tenga la oportunidad de crecer. La oración impedirá que eso suceda, así que "...romped el barbecho, porque es tiempo de buscar al Señor..." 2) Tierra superficial. En la época de Jesús, una buena parte de los terrenos cultivables no era más que una capa de pocos centímetros de buena tierra encima de terreno pedregoso, lo que no permitía que las plantas echaran raíces. Un comentador bíblico escribe: "La superficialidad es la maldición de nuestra era. Vivimos en un mundo de relaciones superficiales, conversaciones superficiales y momentos de oración apresurados. Saltamos de una actividad espiritual a otra sin echar raíces en ninguna," 3) Tierra con maleza. Estos terrenos estaban llenos de malas hierbas. No cabía nada más. Es muy fácil llenarse de "cosas", y esto es peligroso porque ocurre sin que apenas nos demos cuenta. ¿No has notado como a menudo se nos bombardea con garantías de que las cosas materiales nos van a dar la felicidad? Como el fabricante de automóviles que decía en sus anuncios: "No podemos comprarte la felicidad, ¡pero podemos conducirla! ¡Espabílate! Haz un análisi de tu suelo y arranca todo aquello que esté impidiendo tu crecimiento espiritual.
Cuando tu corazón se ablande, aumente tu devoción a Dios y tu vida se libere de tantas cosas innecesarias, entonces serás esa buena tierra que produce fruto para Dios.
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