martes, 16 de abril de 2019

¡ Grita !

                                                ¿Estás luchando una batalla que temes no vas a poder ganar? ¿De quién dependes: de Dios o de tí mismo? Cuando el pueblo de Israel se enfrentó a los ejércitos unidos de Amón, de Moab y del pueblo de los montes de Seir, Dios le dijo: "...No es vuestra la guerra, sino de Dios". 
¡ Y Dios jamás ha perdido ninguna guerra! Él dijo a Josué: "Mira, yo he entregado en tus manos a Jericó..." Fíjate que no dijo: "Voy a entregar" o "tal vez entregue"; no, dijo: "Yo he entregado en tus manos a Jericó". Israel ya tenía la victoria; ahora sólo tenía que pasar por ella. La cuestión entonces era cómo habrían de hacerlo, a lo que Dios también dió su respuesta: ¡Gritar! "...Tan pronto oigáis el sonido de la bocina, todo el pueblo gritará con fuerza, y el muró de la ciudad caerá. Entonces la asaltará el pueblo, cada uno derecho hacia adelante". Ahora bien, nadie en su sano juicio esperaría que un grito, por muy fuerte que sea, haga derribar las murallas de una gran ciudad. Pero ese grito no era cualquier cosa, era un grito de fe basado en la promesa de Dios. Aunque la victoria parecía imposible, cuando los israelitas gritaron, Dios respondió haciendo caer las murallas y abriendo las puertas a la Tierra Prometida. Cuando estás buscando que se abra una puerta y lo único que ves es un muro de ladrillo, lo último que se te ocurre es gritar "victoria" ahí mismo, ¿verdad? Pero eso es justamente lo que debes hacer, sean cual sean las circunstancias, porque: 1) el grito de alabanza conduce a la victoria; 2) compromete tu fe; 3) confunde al enemigo y le roba sus dos armas más poderosas: la duda y el desánimo. La obediencia, incluso cuando no entiendes lo que está pasando, siempre da resultados positivos. Por lo tanto ¡grita, porque tuya es la victoria!    

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