jueves, 24 de mayo de 2018

Dale a Dios las "riendas"

                                                    Alguien dijo: "Cuando era joven, mi padre tenía una yunta de caballos. Un día me dijo: 'Hijo, ¿te gustaría llevarla?'. Así que tomé las riendas y con ellas controlé a los caballos; yo los guiaba. Pero la marcha me aburría, porque era demasiado lenta. De manera que comencé a arrear a los caballos para que trotaran. Entonces, ellos, tuvieron una idea mejor y decidieron que si galopaban, llegaríamos a casa más rápido. Al poco rato, corrían como nunca había visto antes a caballos correr. Mientras pasamos zumbando sobre las madrigueras de las ardilla, me di cuenta que nos encontrábamos en una situación muy peligrosa. Así que, como mejor pude, intenté aminorar la marcha de la yunta "fugitiva". Tiré de las riendas hasta que me dolieron las manos; grité y supliqué, pero nada funcionó. Aquellos viejos caballos seguían corriendo y corriendo. Eché un vistazo a mi padre que estaba allí sentado como si no estuviera ocurriendo nada. Yo ya estaba frenético; tenía las manos heridas a causa de las riendas y la cara llena de lágrimas, helada por causa del frío invernal. Finalmente me volví hacia mi padre desesperado, y le dije: Toma, lleva tú las riendas, yo ya no quiero llevarlas más'. Ahora que soy más viejo y la gente me llama abuelo, revivo esa escena al menos una vez al día".
                                                      No importa lo mayores que seamos o lo capaces que nos sintamos, siempre hay momentos en los que la única  solución es volvernos a nuestro Padre  Celestial y decirle: "Aquí tienes, toma Tú las "riendas"; ya no quiero 'conducir' más ". Créeme, Él lo hará, si de veras le das las "riendas".    

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