jueves, 13 de diciembre de 2018

Anhelando el cielo (2)

                                                En los siglos XVI y XVII floreció un tipo de arte cristiano que consistía en cuadros de objetos diarios de belleza: un jarrón con flores, una mandolina, un aparador con fruta. Pero en alguna parte del cuadro, medio escondido, figuraban siempre dos recordatorios de la brevedad de la existencia humana: una calavera y un reloj de arena. Se les llamó a esas pinturas vanitas. Esta palabra proviene del pasaje de Eclesiastés que dice: "...Vanidad de vanidades, todo es vanidad...Generación va y generación viene..." No se introdujeron los símbolos de la calavera y el reloj de arena para fomentar lo macabro; eran sencillamente un recordatorio de que toda posesión y todo logro que tenemos son temporales y por ende,no dignos de nuestra devoción. Estos símbolos pretendían prepararnos para el momento en que tendremos que encontrarnos con Dios; allí se sopesarán el significado y el valor de nuestras vidas y se nos dará nuestra recompensa eterna.
                                                 Al apóstol Pablo no le asustaba hablar de la muerte, sobre todo de la suya: "...Para mí  el vivir es Cristo y el morir ganancia". Un obispo del siglo XVII escribió: "Puesto que nuestra morada no es de este mundo, siendo nuestro paso por él tan efímero, debemos buscar en otra parte una ciudad donde habitar, un lugar en otra patria donde poner nuestra morada, donde Dios sea los muros y los cimientos, donde encontremos descanso, o de lo contrario no descansaremos jamás" Pablo no fué el único que anheló el Cielo, también los patriarcas y los héroes del Antiguo Testamento lo hicieron. "En la fe murieron todos estos...eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra...que buscaban una patria...esto es, celestial..." ¿Qué futuro tan maravilloso nos espera!.  

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