viernes, 14 de diciembre de 2018

Cuida lo que dices

                                                 Las palabras imprudentes pueden herir. No solo pueden influir negativamente en la autoestima de alguien, sino que pueden moldear su destino. Si no lo crees, considera estos dos ejemplos: 1) Cierto día en un pequeño país a un monaguillo se le cayó el vino de la comunión. El cura que oficiaba la misa le dió una bofetada y le gritó "vete y no vuelvas" Ese niño fue el General Tito, el brutal dictador comunista que gobernó Yugoslavia durante muchos años. 2) En la catedral  de una gran ciudad, a otro monaguillo se le cayó el vino de la comunión. El obispo oficiante se dirigió a él y le susurró de forma tranquilizadora: 'No te preocupes, tú un día serás un gran sacerdote' Ese niño llegó a ser un arzobispo, cuyos sermones televisados tocaron a millones de personas.
                                                 Tus palabras pueden levantar o hundir a otros. Según Salomón; "Hay hombres cuyas palabras son como golpes de espada, pero la lengua de los sabios es medicina". Aquí hay una verdad que no nos gusta reconocer: lo que sale de nuestros labios revela lo que hay en nuestro corazón ; y nuestros 'no quise decir eso' no altera tal principio ni remedia el mal hecho. Alguien escribe: "Todos los días apuesto por el amor. No hay nada que me cueste más. Se me da mucho mejor competir que amar; mucho mejor responder a mis instintos de ir a lo mio que tratar de amar a mi prójimo. He sido programado y entrenado para salirme con la mía . Y a pesar de todo eso, tomo la decisión diaria de dejar a un lado aquello en lo que destaco y de esforzarme por hacer lo que hago torpemente: abrirme a las frustraciones y a las dificultades de amar, atreviéndome a creer que es mejor no dar la talla ene el amor que triunfar en el orgullo.   

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