Las discusiones pueden ser o bien constructivas o bien destructivas, depende de como las manejes. Muchas veces se rompen las relaciones personales o se convierten en una serie de situaciones desagradables porque no reconocemos los problemas o no estamos dispuestos a enfrentarlos antes de que escalen y acaben siendo emergencias. En lugar de discutir entre nosotros lo que no está funcionando entramos en conflicto y discutimos de quien tiene la culpa. En ves de ser una discusión que presenta con claridad los asuntos pendientes, las contiendas acusan y condenan, dos acciones destructivas. Y causan dolor, enojo, actitudes defensivas, sentimientos agresivos, amargura y otras emociones fuertes. Por eso dice la Biblia: "Honra es del hombre abandonar la contienda, pero cualquier insensato se enreda en ella".
Seamos sinceros por un momento . Mientras vivamos en esta tierra ninguno de nosotros va a vivir sin diferencias de opiniones y desacuerdos; estas cosas se dan hasta en las mejores relaciones. Debes darte cuenta de que no todos los conflictos se derivan de la obstinación a menudo son producto de errores involuntarios o de meros descuidos. Entrar en una discusión sincera que detalla las razones del conflicto ayuda a poner claridad, entendimiento y aprecio del punto de vista del otro. Por encima de todo, ¡nunca te hagas el sordo! Escucha bien lo que la otra persona dice. No hay nada peor que alguien piense que no se le está escuchando. En las discusiones abiertas y tranquilas nuestra opinión acerca de la relación se pule y se clarifica. En efecto, las cosas que tratas de evadir serán las que dañen tu relación mucho más que cualquier otra cosa. Por eso dice la Biblia: "Como el hierro se afila con hierro, así un amigo se afila con su amigo".
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