Por naturaleza, todos tenemos el deseo de controlar nuestro mundo. Desde que somos bebes nos volvemos a nuestra propia manera independientes, tratando de controlar las circunstancias, el futuro, la gente, y hasta Dios si pudiéramos.Como no podemos terminamos frustrados, hostiles y críticos.
Nuestra necesidad de tener el control está arraigada en un amor propio excesivo. Por ejemplo, a la gente a la que amamos se enferma, a menudo queremos que se ponga bien para poder descansar y no tener que preocuparnos por ellos. "En resumidas cuentas -- dijo una vez un maestro bíblico -- estamos locamente enamorados de nosotros mismos".
El apóstol Pablo se refirió a este egocentrismo como "la carne". Por naturaleza vivimos como si debiéramos obediencia a la carne. Pablo nos recuerda que no es así. Luego ofreció una alternativa efectiva: podemos ser guiados y controlados por el Espíritu de Dios. Puede que temamos darle a Dios el control de nuestras vidas, pero no hay nada que temer. El control humano nos encadena; el control de Dios nos da libertad. El control humano insiste en obtener resultados inmediatos; el control de Dios permite un proceso de cambio que dura toda la vida.
¿Estás "locamente enamorado" de ti? ¿Porque no le das el control de tu vida a Dios? Pídele que te cambie y que te ayude a amarlo a Él y a los demás.
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