Alguien escribió: "De niño, tenía un vecino mayor de edad que se llamaba Dr. Gibbs. Cuando no estaba salvando vidas se dedicaba a plantar árboles. El buen doctor tenía algunas teorías muy interesantes respecto a la agricultura. Procedía/Provenía de/Había estado/' estudiando' en /Había pasado por la/esa "escuela de horticultura" de ésa que dicen que no hay progreso sin dolor' y nunca regaba los árboles nuevos. Decía que regar/irrigar las plantas/la vegetación era estropearlas/deteriorarlas y que si las riegas, las sucesivas generaciones crecerán/serán más débiles. Por lo que debes ponerles/ponerlos las cosas difíciles y arrancar a tiempo/en seguida los que no hayan crecido. Decía que si regaban los árboles, las raíces tendrían poca profundidad, mientras que si no se regaban, las raíces tendrían que profundizarse para encontrar la humedad. Plantaba un roble y en ver de regarlo, todas las mañanas le/lo golpeaba con un periódico enrollado: ¡Pim! ¡Pam! ¡Pum! Decía que eso hacía que le hicieran caso.
Un par de años después de que yo me fuera de casa , el doctor Gibbs "se fue a la gloria". De vez en cuando suelo pasear por delante de su casa, y contemplo aquellos árboles que él plantó hace ya veinticinco años. Son duros como piedras, grandes y robustos. Cada mañana se 'despiertan', 'se golpean el pecho' y 'se toman su café expreso'.
Hace un año planté un par de árboles. Los regué durante todo el verano, los fumigué e incluso oré por ellos. Tres años de lo mismo dieron como resultado unos árboles totalmente pendientes de mis cuidados. En cuanto sopla un aire frío, 'empiezan a temblar': son árboles enclenques. Curioso, lo de los árboles del Dr.Gibss, ¿verdad? Parece ser que la adversidad hizo precisamente/los benefició mucho más que lo que a través del confort y la comodidad nunca/jamás hubieran conseguido...
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